martes, 1 de julio de 2008

Estoy indignada

Tengo un gran amigo que siempre me llama 'digna' para meterse conmigo por cómo me expreso o cómo me visto. A mí me hace mucha gracia y en estos días, más que nunca ,me he acordado de ese detalle porque estoy 'indignada'.

Siempre relato la primera vez que tuve que enfrentarme con la censura de la publicidad. Fue en mi primer trabajo con contrato, sin las condiciones leoninas de las becas. Trabajaba en un periódico local y escribía sobre el sector inmobiliario de aquella ciudad. Se trataba de una capital pero no era precisamente Madrid, así que ante la falta de información acudí a consumo para hacer uno de los reportajes. Cuál fue mi sorpresa (yo era terriblemente inocente por entonces) que, pese a haber pasado tan sólo cinco años de tirón del ladrillo, había regristradas quejas muy graves acerca de todas las promotoras e inmobiliarias que operaban en la localidad.


Le dediqué una página entera con datos realmente interesantes, de interés público. Eso sí, me cuidé de no mentar nombre alguno de las empresas implicadas. Tampoco había que hacer sangre. Simplemente hablé con un tono general. Entregué el suplemento con tiempo y con una gran satisfacción. Y el día que se publicaba me llevé otra gran sorpresa. El reportaje había desaparecido y, en su lugar, aparecía una página entera de autopromoción.


Corrí al despacho de la directora y con temblor en las piernas pregunté qué es lo que había pasado: "¿No he mandado bien la página? ¿Ha habido algún error de imprenta?" (Insisto en que era muy inocente). "No, nada de eso", me dijo la jefa, "es que no lo podíamos publicar". "Pero, ¿por qué? Creía que te había gustado". "Sí, estaba muy bien, pero debes comprender que hacemos un suplemento inmobiliario pagado por empresas a las que no nombras pero se pueden sentir aludidas". "No me lo puedo creer", me quejé. "Las cosas son así", sentenció mi superiora de forma muy digna, precisamente.


Tenía 23 años, recién acabada la carrera. Había trabajado como becaria en cinco empresas con anterioridad, pero era la primera vez que me topaba con la publicidad como obstáculo. Hoy me parece una mera anécdota, pero aún soy capaz de recuperar esos momentos de indignación eliminando toda la experiencia posterior. Máxime teniendo en cuenta que he tenido que volver a pasar por ello.


Si me extraña sentirme indignada de nuevo es porque, después de aquel trabajo, aterricé en el que actualmente ejerzo mi profesión. Un medio cuya filosofía primigenia, y que prácticamente permanece intacta, es la libertad. Todo comercial que ha pasado por este diario ha tenido claro que su departamento no era el de la redacción y le ha tocado lidiar con algunos anunciantes que han visto publicadas informaciones que no les eran favorables. Ellos han capeado el temporal de forma magnífica.


Sin embargo, esta semana he corroborado como esa libertad se empieza a coartar. No es que no lo entienda, entra dentro de toda lógica. Pero aún así me niego a 'tragar' con determinadas cosas. En esta ocasión, ciertos anunciantes han pretendido que engañe para que ellos salven la cara. No lo he hecho, pero mi estilo, incisivo como dicta el periódico, lo he tenido que suavizar. Lo que más me dolió es que uno de mis superiores, adalid de esa libertad y 'dale caña' que me han hecho beber desde que entré a formar parte de este proyecto, fue el primero que me dio la espalda sin explicaciones. Afortunadamente, en pocas horas se rectificó esa actitud y cambió por "vamos a intentar hacer esto de esta manera por esta razón".


Si ser fiel a tus principios es ser 'digna', pues lo soy a muchísima honra. Mi buen amigo va a tener toda la razón... y me alegro por ello.

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