jueves, 6 de junio de 2013

Te fuiste un 18 de mayo



Te fuiste un 18 de mayo con un hasta luego. Nadie nos podíamos imaginar que era el último que saldría de tu voz grave, profunda y contundente. Te fuiste sin darte cuenta y en silencio. El mismo que la abuela no podía romper por su enfermedad. Apenas se ha dado cuenta de tu ausencia, aunque estoy convencida de que eres tú el que no lo permites, para que su poquita lucidez no se inunde de sufrimiento. Debes ser tú, porque tanta fuerza y energía no puede destruirse, se ha debido transformar. 

Te fuiste con los zapatos puestos, Jiménez hasta el final. Así como auguraste que le va a pasar a mi madre cada vez que se exige trabajando hasta la extenuación. No lo dudo, abuelo, porque ambos sois de armas tomar.

Te escribo estas líneas, porque es lo que mejor sé hacer, juntar letras, y espero que puedas percibir la carga de sentimientos que llevan en cada una de ellas.

Cuando pienso en ti, abuelo, me río más que lloro o lloro riéndome, porque siempre tenías alguna frase con la que aliñar cualquier situación para minimizarla con gran sentido del humor. Siempre, siempre con la sonrisa en la boca. Salvo, eso sí, cuando castigabas con tu indiferencia lo que no te gustaba, que cualquiera te miraba a la cara entonces ¿verdad? 

Tu pragmatismo era tal, que tenías asumido un final sorpresivo para el que te preparaste y nos preparaste, aunque nunca sea suficiente. 

“Si me pasa algo en vez de daros una tupa de llorar, iros a comer todos juntos a la salud de mi vida”, era el prefacio de un sobre con dinero suficiente para que la gran familia que formaste a partir de tus cinco hijos y la que criaste asumiendo el papel de padre y cabeza de familia de tus cinco hermanos nos reuniéramos en tu honor tras darte tierra. Así lo hicimos, abuelo.

Un día me sorprendiste en una de esas largas conversaciones en el salón de tu casa reflexionando sobre “¿cómo es posible de que no se dieran cuenta de que la Tierra es redonda hasta el descubrimiento de América, si yo cuando me sentaba y veía los rebaños andar veía perfectamente como desaparecían poco a poco?”. Se me pusieron los ojos como platos cuando empecé a conversar sobre astrofísica e historia con una persona de entonces 80 años, con preguntas interesantes que otras mucho más jóvenes ni se plantean. Y es que, como bien siempre nos has recordado, “tú estudia, que el saber no ocupa lugar”. Cómo te hubiera gustado tener esa oportunidad, estoy segura de ello.

Al otro lado de la Tierra, esa tan obviamente redonda, estaba yo ese 18 de mayo. ¡Qué angustia pasé hasta poder llegar a despedir tu cuerpo ya inerte!

Yo soy la nieta mayor y la madre de tu bisnieta nacida, ya que te aguardan dos pequeños bisnietos en camino. Tengo el honor de ser la nieta que ha compartido contigo más años y de haber dado el nombre de tu madre a mi hija. Tengo el honor de haber compartido contigo la última vez que disfrutaste del lugar del que tanto te costó partir, el pueblo, donde pudiste ir por última vez de pesca y jugar con tus amigos la última partida a las cartas.

Tengo tantos recuerdos, abuelo, que se agolpan las teclas del ordenador: las reuniones de Navidad, tus montañas de turrones, las visitas al cebadero, las matanzas, las recogidas de aceitunas, las Candelas, las procesiones, encontrarte al otro lado de la plaza de toros en septiembre, cuando subías con la abuela a la plaza los días de verbena, tu gorra, el olor a la pesca cuando venías del pantano, el ruido de la trasera cuando llegabas o te ibas en tu coche, tus gestos, tu “qué bonita es la mi niña” que le gritabas a mi hija cada vez que te hacía una gracia. 

Momentos especiales como cuando acogiste como un nieto más a mi marido, las bodas de los tíos, las comuniones de todos los primos, tus bodas de oro con la abuela, cuando te dije por teléfono: “¿Estás sentado? ¡Porque vas a ser bisabuelo!”, o cuando cogiste por primera vez a la pequeña en brazos y le dijiste: “Irene, ¡que te llamas como mi madre!”, que pudiésemos bailar juntos en mi boda…

También el día en que juntamos los restos tus padres. La gente no lo entiende, porque rechaza estas cosas, pero yo compartí contigo el amor y respeto con que mirabas la calavera de tu padre cuando la tomaste entre tus manos. Ambos cuerpos descansan juntos en un mismo nicho y hoy, abuelo mío, tu cuerpo ocupa el nicho que dejamos libre aquella mañana. 

Hubiera querido que pasara más tiempo, que pudieras ayudarnos en el rincón te dejamos en el patio de mi nueva casa para que creciesen tomates, el huertino era para ti, abuelo. Y es que toreaste a la muerte tantas veces, que como decía uno de mis primos el mismo día de tu partida, te creíamos indestructible. 

Hombre de tu tiempo, fuiste rudo y severo a la hora de educar a tus hijos, con raíces profundas en la tierra que removiste sin descanso para alimentar a los tuyos. Amigo fiel y honesto, te perdió a veces la confianza en algunas personas. Esas cosas pasan. 

Eres un ejemplo de la generación del sacrificio a la que perteneces, la de los niños de la guerra.
Una generación llena de temores, silencios, humillaciones, hambre, incertidumbre y trabajo, mucho y duro trabajo, que inculcó a la generación de la Transición el valor del esfuerzo mirando con recelo una libertad que les llegaba que ni siquiera la hubieras soñado.

Una generación que por edad está desapareciendo, pero debemos trabajar para que el ejemplo de vuestra lucha no se pierda, porque es la manera de valorar como se merece la herencia que tenemos: educación, libertad y oportunidades. Incluso en tiempos como los que estamos viviendo, deberíamos mirar para atrás para saber que partimos siempre de una mejor situación que la que vosotros tuvisteis que superar.
Irene no te va a olvidar y los pequeños que vienen tampoco. Mantendremos tu recuerdo vivo, pero sobre todo, la risa, esa que no falte nunca, aunque ahora, hasta que nos acostumbremos a tu ausencia, sea imposible no ahogarla en un mar de lágrimas.

Te quiero abuelo.

martes, 13 de julio de 2010

Por ellos aún tengo fe en el ser humano

La frase no es de la que suscribe, sino de su hermana. Una joven talentosa, paciente, apasionada y grande, muy grande, por dentro. “Por ellos aún tengo fe en el ser humano”, la escuché un día y no se me olvidará nunca la frase. Ellos son las personas a las que con su trabajo, la terapia ocupacional, hace que den lo mejor de sí mismos física y psíquicamente. Personas disminuidas las llaman, aunque en la mayoría de las ocasiones los disminuidos seamos los demás por no ver ni vivir con la misma sencillez la vida.

A mi hermana le debo muchas cosas, y entre ellas un buen reportaje sobre su profesión que ahora, por la mía, me resulta difícil cumplir ya que desde hace un par de años me muevo en el mundo de la Defensa y no en el de la Sanidad.

Entre las otras cosas que le debo es el conocimiento a través de su experiencia de muchas personas, más que anónimas, anonimadas por ser diferentes. Y soy consciente de que no todo el mundo tiene la misma suerte que una servidora, porque la ignorancia que existe sobre las múltiples discapacidades lleva al ser humano a tantas otras múltiples aberraciones: desde la exclusión social, al miedo, reparo, asco e, incluso, a la muerte. Por muy duro que suene.

En el día de ayer, coincidiendo con el desfile de la selección española de fútbol ha surgido un protagonista muy especial. Se llama Álvaro del Bosque, hijo del actual seleccionador español, y es síndrome de Down. Su padre en un día lejano, cuando quién iba a pensar que se podría ganar el campeonato del mundo de fútbol, le prometió tras su insistencia que acompañaría en el autobús a los jugadores que tanto admira en el caso de triunfar en Sudáfrica. Hete aquí que ha tenido que cumplir y eso nos ha permitido conocer su orgullosa sonrisa alzando el preciado trofeo.

Supe de su existencia en un acto en beneficio de alguna asociación o fundación relacionada con personas con síndrome de Down. En él participó Vicente del Bosque hablando con la naturalidad que procede de su maravilloso hijo Álvaro. En alguna entrevista, el seleccionador reconoció cuánto lloró cuando supo de la diferencia de su pequeño y que ahora, a toro pasado, se dice junto a su mujer: “Qué gilipollas fuimos”.

Mi pequeña nació sin ningún cromosoma de más y completamente sana, pero como ya he relatado en esta bitácora actualizada a trompicones, nos dieron un susto importante. Y yo lloré muchísimo, madre mía cuanto lloré. Pero sabía que si sucedía algo así, sacaría fuerzas de donde fuera porque qué mejor familia para nacer con algún tipo de dificultad que en la mía con mi hermana como apoyo.

Qué miedo tenemos a la diferencia (y yo incluida, por supuesto) cuando tenemos tanto que aprender y disfrutar de ella.

lunes, 14 de diciembre de 2009

La importancia del sexo tras el Tratado de Maastricht

Una servidora pertenece a una generación convencida del europeísmo a golpe, entre otras cosas, de un sistema educativo ciertamente insistente en dicha idea. Y he de confesar que el lema de “solo no puedo, con amigos sí” del programa La Bola de Cristal aplicado a una organización supranacional entre países que se han estado dando de leches hasta anteayer es un proyecto que admiro, respeto y comparto. Es por ello que no tengo reparo alguno en criticarlo y poner en cuestión aquellos aspectos que como ciudadana me desagradan.



La Unión Europea es ‘unión’ desde el Tratado de Maastricht de 1993 que nos trajo las apreturas de cinturón para cumplir, aunque fuera trucando un poquito la realidad con el mágico y flexible método estadístico, con las tasas de déficit, deuda, etcétera, que se impusieron para los entonces quince países miembros. Por entonces desaparecieron las fronteras físicas, ya no nos pedían el pasaporte en Irún ni al pasar a Portugal a comprar toallas, y nació el estatus de ciudadano comunitario por el cual podíamos, entre otras cosas, residir y trabajar en cualquier país de la Unión. Todo esto es ya una realidad consolidada, aunque la burocracia de cada país ponga sus piedrecillas en el camino para complicar siempre las cosas.


Como ya he mencionado en este cuaderno, mi santo varón es nacional de un país fresquito de Europa, miembro de la UE, y decidimos que nuestra pequeña tuviera pasaporte de la misma nacionalidad. Para ello, había que hacer ciertos trámites a través del consulado en Madrid y, al igual que ocurre en España, como no estamos casados teníamos que acudir ambos progenitores a dar fe de la existencia de la niña.

Con todo, lo que desde luego yo no me esperaba es la desfachatez a la que tuve que enfrentarme posteriormente.

Recuerdo que partimos de que se trata de la hija de dos ciudadanos comunitarios (por tanto ciudadana comunitaria) y que se trata de dar la nacionalidad a la hija de un nacional, no a una pareja sin vínculo matrimonial o a los hijos de una pareja que se reconocen como propios, por ejemplo.

Pues bien, conseguida la cita en el consulado, tras acumular todos los documentos con sus respectivos múltiples sellos, en el último momento nos dicen que tenemos que acudir con el bebé, porque debe ser que se piensan que en España dan los certificados de nacimiento en una tómbola.

Una vez allí, salió el cónsul a recibirnos y a ver al bebé. La observó, me observó, observó a mi santo... Percibí una desconfianza que por absurda la achaqué a mi mala uva de aquella mañana. Tras sonreír cumplidamente, el papá sacó la carpeta con todo el papeleo que habían pedido. “Bien”, me dije, “ahora a firmar y nos vamos”. Ilusa.

De repente el cónsul me dijo: “Y ahora tú te vienes conmigo ahí dentro”. En ese momento, ojiplática perdida, me sentí en la típica película en que funcionarios del Gobierno de los Estados Unidos entrevistan a parejas mixtas que desean casarse para saber si se trata de matrimonios de conveniencia. “Bueno, tranquila Ana”, me volví a decir (yo es que hablo mucho conmigo misma), “seguro que es un trámite de rutina, reminiscencias de los tiempos pre-Maastricht, me preguntarán cuatro chorradas y ya está”. Ilusa.

Me senté en un despachito soleado y me entregaron un folio con diez preguntas que yo debía contestar por escrito. Antes de que empezara a leerlas el cónsul se fue corriendo de aquella estancia con la excusa de hacer una fotocopia... la máquina debía estar estropeada, porque tardó una hora en regresar. Aunque es más plausible la teoría de que se le debía caer la cara de vergüenza por las cuestiones que me planteó.

Algo trascendental para estos señores consiste en saber cuándo empecé a tener relaciones sexuales con mi santo, la fecha de mi última menstruación, cuándo comenzamos a tener relaciones para fecundar a nuestra hija, qué método anticonceptivo utilizábamos y, lo que me ofendió terriblemente, si había la posibilidad de que hubiera otro padre.

No daba crédito a lo que estaba ocurriendo, por qué esa gente me hacía pasar por algo tan desagradable. Aún así, reprimí estoicamente mis ganas de soltarle cuatro frescas y, sobre todo, las de contestar cuatro bestialidades. Respondí, de hecho, con bastante más respeto que me habían preguntado, enumerando las fechas requeridas, cuándo decidimos tener un hijo y el método que utilizábamos anteriormente a dicha decisión. En cuanto a mi presunta promiscuidad, contesté un ‘no’ que me hubiera gustado acompañar de un signo de puntuación que expresara cuán ofendida me sentía.

Dando rienda suelta a mi mala leche, debería haber contestado que no me acordaba cuando empecé a acostarme con mi novio porque estábamos siempre borrachos, que la menstruación es algo que va y viene y por el camino se entretiene, que, como dicen algunas madres adolescentes, el preservativo se rompió. Por otra parte, estaba entre dos o tres presuntos progenitores y al final lo echamos a suertes...

Mientras yo respondía en las oficinas, encerrada bajo llave, mi santo respondía el mismo cuestionario en el vestíbulo del consulado para luego cotejar las coincidencias. Igualmente reprimió su mal humor aunque si se permitió un gustazo en cuanto a la cuestión del método anticonceptivo contestando con un irónico: “Obviamente, ninguno”.

Según me han comentado posteriormente, las cuestiones que se plantean en este tipo de trámites son recíprocas entre países. Es decir, si tu puteas (con perdón) a mis ciudadanos, yo hago lo propio con los tuyos. Yo no sé si España hace lo mismo, ni quién empezó con esta historia. Sea quien sea el huevo o la gallina, a estas alturas de la película todo esto que nos ha pasado nos parece absurdo, por no decir algo más fuerte. Máxime entre ciudadanos comunitarios que se supone estamos luchando por que un día, al igual que pagamos con la misma moneda, portemos todos el mismo pasaporte.

martes, 1 de diciembre de 2009

Soy mamá

Soy mamá. Oficialmente hace algo más de dos meses, porque la ‘burrocracia’ no considera al nonato un ser humano. Pero como esto es un sentimiento muy particular, me siento mamá hace casi un año, cuanto el angelote que tengo aquí a mi lado gorjeando no era más que un cigotín, que diría mi amiga Tremolina.

No obstante, para el resto del orbe ascendí a la categoría de progenitora allá por el 26 de septiembre del presente, después de unos cuantos (muchos) dolores y la sorpresa de que el personaje que me pusieron sobre mi vientre, calentito y berreando con una vitalidad increíble resultó ser una mujercita (no quisimos saber el sexo hasta el final) clavadita a su papá.




Pese a la terrible angustia que nos hicieron pasar durante el embarazo, parte de ella narrada en este cuaderno, la pequeña ha nacido con salud y ya se está enfrentando a los bichitos a través de las vacunas con gran fortaleza.




Es el mayor regalo que me ha dado la vida y no tengo palabras para describir todo lo que estoy sintiendo cada instante desde que nos vimos las caras. Y he de decir mi santo y yo somos unos padres objetivos cuando decimos que es preciosa... de verdad de la buena.




Soy mamá y ya tengo una pequeña familia... pese a la naturalidad del asunto, a mí me resulta increíble.

jueves, 6 de agosto de 2009

Querido amigo:

Cuando las circunstancias de la vida te hacen buscar otro lugar en el que residir, trabajar y, en resumidas cuentas, vivir una nueva vida, crees que las personas que dejas atrás siempre van a estar en el mismo sitio. Con su evolución particular, con sus nuevas vivencias... pero allí continúan y con ellas te reencuentras felizmente cada cierto tiempo, cuando regresas para saludar, para revivir, para recordar.

Contigo siempre ha sucedido así, cada año, en las fiestas del pueblo donde pasé mi adolescencia y en la que tú me acompañaste con tanto cariño y tantas risas, Dios mío, cuántas risas. Y ahora me dicen que ya no te voy a ver más. Y lo único que puedo hacer es honrar tu recuerdo depositando unas flores allí donde reposan tus restos. Aún no me lo puedo creer.


Querido amigo, precisamente este año tan feliz para mí, con una vida rebosante de energía en mi interior, la enfermedad que venciste hasta dos veces años atrás, esta vez te ha obligado a marchar.


Yo no puedo quitarme de la cabeza tus enormes ojos verdes, esos que se enrojecían con tanta frecuencia cuando asomaban esas pícaras lágrimas cada vez que habías dicho o hecho una trastada, dejándonos a los demás con un terrible dolor en el vientre de tanto reirnos.


Ni tu cuerpo menudo, aparentemente frágil, pero resultado de una fortaleza espectacular tras haber superado cuando eras tan sólo un niño ese maldito mal que nos arrebata por doquier a tantas personas que queremos.


Cuántos viajes en tren juntos en las madrugadas para ir a estudiar a Madrid, en la época en que teníamos que huir de los revisores entre Alcalá y Azuqueca porque aún no habían aprobado el bono transporte hasta la provincia de Guadalajara. Cuántos fines de semana, con alguna copilla de más que otra, cuántas partidas a los dardos, cuántas conversaciones... cosas que ya no voy a poder repetir pero te prometo que no voy a olvidar jamás.

Querido amigo, tú siempre hacías de cada instante un momento grato del que disfruta y te vas a tener que repartir entre muchos corazones, porque has dejado huella en todos los que tocaste a tu paso.

Dejas más que te llevaste, sobre todo una gran lección que espero poder aplicarme a mí misma e inculcarla a mis hijos: los que estuvieron a tu lado hasta el último momento me dijeron que luchaste hasta final, porque lo que tenías claro es que ¡¡¡QUERÍAS VIVIR!!!


Víctor, gracias por haberme dejado compartir contigo tantos hermosos momentos que siempre voy a llevar conmigo, en mi memoria, esa que hace camino en este cuaderno del que hoy eres protagonista. Hasta simpre amigo mío.

domingo, 26 de julio de 2009

Despedida de La Tribuna de Guadalajara

Hoy, como tantos otros días, puede significar mucho para algunas personas. Puede que se celebre un cumpleaños, un aniversario, que nos vamos de vacaciones, el santo del día... de hecho es mi santo, ahora que caigo: Santa Ana. Pero también puede ser un domingo como otro cualquiera, en el que aprovechar para ver a la familia, los amigos, salir de copas o limpiar la casa. Pero hoy, para una servidora, es un día un poco triste.

Para la mayoría no será nada especial, nos estamos acostumbrando a estas cosas a una velocidad de vértigo, pero yo lo estoy sintiendo mucho. Este 26 de julio de 2009 es el último día que el diario La Tribuna de Guadalajara está en los kioskos tras 11 años de historia. Fue el primer diario de la provincia, hasta el momento la periodicidad no superaba la semanal en otras publicaciones, y fue donde escribí mis primeras palabras como periodista... aunque fuera como humilde becaria. Recuerdo que fue un artículo sobre una bodega... un desastre de texto, por otra parte, pero el primero, luego importante.

Por aquel entonces, La Tribuna tenía sólo dos años de vida y nosotros nos reíamos a la par que nos quejábamos de cómo las autoridades, empresas o la fuente que fuere no entendían nuestras prisas en obtener la información que solicitábamos: -"Oye, que lo necesito hoy para que salga mañana...". -"Si, bueno, luego te llamo".


La razón de su desaparición es, como se está viendo en diversos sectores, un Expediente de Regulación de Empleo, las famosas siglas ERE, que en este caso ha sido tan contundente como para 'expedientar' a toda la plantilla. Desde hace varios años, Las Tribunas, repartidas por toda Castilla-La Mancha, pertenecen al grupo PROMECAL, de Antonio Méndez Pozo quien ha diezmado sus redacciones haciendo desaparecer, incluso, dos de ellas: la mencionada de Guadalajara y la de Cuenca.

Cuando una empresa no es sostenible, pues tiene que cerrar y punto. Nadie nos hemos caido de un guindo. Pero el periodismo es una de esas profesiones que se caracteriza por el cóctel de ser vocacional o vuelcacional, si se me permite la broma, por lo que se vuelcan aquellos que la practican, a la par que terriblemente mal pagada. Por ello, todos los medios están plagados de profesionales que pese a no haber puesto un duro en el negocio, invierten tantas horas como los autónomos, sacrifican (y de qué manera) la vida personal y juegan a veces con la salud. Por ello, estos reveses duelen más que el simple hecho de perder tu puesto de trabajo, trago que de por sí es realmente duro.


La Tribuna de Guadalajara no sería rentable para este señor, pero cuando sabes que como tantos empresarios ha tonteado, y de qué manera, con el boom inmobiliario y sus excesos, pues te molesta un poquito más todo lo que está pasando. Además, luego empiezas a hacer memoria, y resulta que también tiene en su currículum alguna condenilla por falsedad documental, y el cómo se ha mantenido gracias al mamoneo de las cajas, en este caso de la intervenida de Castilla-La Mancha... Para muchos constructores y promotores ha molado mucho tener un grupo de comunicación y cuando llegan las vacas flacas, pues siguiendo su costumbre, se para la obra y a otra cosa.


Para más inri, esta misma semana su carita, la misma que ha inundado los carteles de mis ex compañeros durante sus manifestaciones por un acuerdo justo antes de irse a la calle, aparecía en La Razón linda y lironda tras recibir el primer 'Premio de Evolución' de la Fundación Atapuerca "por su impulso y contribución al desarrollo de los trabajos arqueológicos de los yacimientos durante las últimas tres décadas", destacando el rotativo su decisivo "esfuerzo y compromiso". No me digan que no tiene guasa dar un premio de evolución a los especímenes que tenemos en España en el sector de la construcción...


No quiero desmerecer su gesta, porque invertir en ciencia y cultura siempre está muy bien. Pero, en fin, los fósiles de Atapuerca ya no tienen que comer ni pagar hipotecas. No obstante, allá cada uno con su dinerito, que para eso es suyo.


Tan sólo quiero con estas líneas volver a dar mi apoyo a mis ex compañeros, algunos buenos amigos pese a los años transcurridos. Reiterar las gracias por enseñarme tantas cosas (siempre se desdeña a la prensa local y provincial y es donde más aprende) y por su confianza, ya que no sólo estuve como becaria, sino que me hicieron el primer contrato en condiciones tras licenciarme. Y desearles que se abra una gran etapa en sus vidas al término de ésta, que concluye abruptamente, pero con la enorme satisfacción del trabajo bien hecho. Enhorabuena y adelante.

sábado, 6 de junio de 2009

Día ‘D’ discursos...

... y empezando por el de una servidora.

Hoy se celebra el LXV aniversario del Desembarco de Normandía, el llamado día ‘D’ de disgusto para los nazis durante la Segunda Guerra Mundial, y los líderes coyunturales (sobre todo Gordon Brown... lo de coyuntural, digo) se han juntado en amor y compaña para dar unos cuantos discursos sobre paz y armonía mundial... Israel y los palestinos. ¿No les parece bonito? Pues, como siempre, deléitense con las palabras.


En España, mientras tanto, estamos en vísperas de elecciones europeas, que es un trámite para dar patadas hacia arriba a lo que sobra de cada partido para que chupen del bote y dejen tranquilos a los que se quedan. Confieso que iré a votar. Siempre lo hago por cargo de conciencia, ya que hay tantos países que luchan por este derecho y, principalmente, por la cantidad de años que en mi propio país se luchó por ello. Mi voto no suele servir para nada, doy fe que procuro que así sea, pero participo por respeto a la generación de mis padres. No obstante, si no va ni Blas, ni me sorprende ni me indigna, puesto que es un síntoma normal de la podredumbre supina de la clase política de la que el vulgo, pese a ser muy vulgar, tiene cumplida cuenta.


La abstención debería ser una opción política que contara, creo que debería haber un tanto por ciento de participación como tope bajo el cual unas elecciones fueran anuladas por no ser representativas. Pero claro, una desea tantas cosas imposibles...


Hoy es día ‘d’ discursos y podría celebrarse cualquier otro día, porque de ésos estamos hasta las cejas.


Hace ya varias semanas que quería escribir sobre este tema, pero hasta ahora no me ha apetecido realmente. Fue a raíz de uno de esos discursos ocurrentes de un político que combinado con la experiencia personal siempre da lugar a un brutal choque frontal.


Tenemos por estos lares una ministra jovencita y muy guapa, monísima, que dice que un feto hasta las trece semanas es un ser vivo pero no es un ser humano y para sustentar su afirmación hace referencia a la tesis de científicos, en general, de los cuales sus nombre no debería querer acordarse. Pero ahora debe ser suficiente decir que ‘lo dicen los científicos’, porque como se les cite a lo mejor piden canon y no está la cosa para derrochar.


La cuestión se ha prestado a numerosos chistes, a cada cual más oportuno, por ello no voy a bromear con la nueva ‘aidocurrencia’, simplemente a dar un punto de vista: miren la imagen que ilustra dos ‘posts’ más abajo: pertenece a mi bebé con sólo diez semanas de gestación.


Pero aparte de indignarme de que este personaje haya llamado de alguna manera ‘bicho’ a mi hijo, porque le venía bien en medio de la eterna polémica de la ley del aborto, más me indigna que la oposición saque su artillería más pesada contra dicha legislación cuando en las comunidades que gobiernan fomentan, y lo digo con conocimiento de causa, el aborto.


Una servidora reside en la Comunidad de Madrid, cuya Sanidad es dirigida por el gobierno regional que es del Partido Popular, y ha sufrido tremendas presiones para hacer pruebas invasivas muy peligrosas, sin recibir información en el centro hospitalario, y con el fin de descartar anomalías en el bebé que, pese a no ser incompatibles con la vida, son a día de hoy justificación para poder abortar.


Después de buscar la información por nuestra cuenta, en otros centros de otras comunidades y en médicos privados, volvimos a hablar con nuestro médico:


Mi santo y yo: “Esa prueba no la queremos hacer por el riesgo que conlleva, queremos la menos peligrosa”.


El médico: “Pero esa ya no hay plazo, porque requiere de tres semanas para conocer los resultados”.


Mi santo y yo: “Pero tiempo para qué...”.


El médico: “Para interrumpir el embarazo”.


Mi santo y yo: “Pero si partimos de que nosotros no queremos interrumpir el embarazo, tan sólo un diagnóstico, queremos información, da igual lo que tarde”.


El médico: “No, estas pruebas están para lo que están”.


Yo que soy una inocente, pensaba que dichas pruebas eran para diagnosticar. Pero no, son para descartar niños de los que no puedes presumir en el parque.


Por las indagaciones a las que nos hemos visto abocados, resulta que por los protocolos de la Sanidad madrileña, para evitar denuncias, están haciendo pruebas invasivas a tutiplén, a sabiendas de que la mayoría son absolutamente innecesarias. Para más inri, a veces das con profesionales de la salud que ni siquiera dan la información necesaria para tomar una decisión madurada.


Yo me pregunto cuántas mujeres que, por no conocer bien el idioma o por ser más volubles o por creer que la palabra del médico va a misa, se han sometido a dichas pruebas sin la sufiente información con indeseables consecuencias.


También me pregunto, aunque esto ya es un sentimiento totalmente personal, por qué se fomenta la eugenesia. Imagino que saben quienes la defendían y la practicaban, precisamente los damnificados del día ‘D’.


En torno al tema del aborto voluntario no hay más que falacias. Aún no ha habido un diálogo serio y no se ponen más que parches.


Los que ahora legislan han hecho una ley de plazos en la que amplían el tiempo de permiso y en la que establecen que las chicas de 16 años no requieran de permiso paterno. Los que están en contra, critican las medidas de hoy y de ayer y parece que todos son católicos y apostólicos.


Desde este espacio, tan sólo puedo dar un punto de vista que creo que es intermedio.


Estoy de acuerdo con que exista el derecho al aborto, una ley de plazos y que las chicas puedan tener la última palabra a partir de los 16 años. Pero creo que es incompleta.


Una persona que tiene 16 años ya puede elegir si quiere un tratamiento o no ante una enfermedad terminal, por ejemplo. De acuerdo que hay 16 años que son como 12 y otros que son como 20, pero las leyes se escriben sobre papel y a esos matices no pueden llegar. Por ello, creo que deben tener la última palabra, la última de otras que escuchen por parte de sus padres o tutores y por parte de personal sanitario, con pros y contras. Es decir, creo que se deberían establecer protocolos en los que una persona que se tiene que enfrentar a algo tan duro tenga toda la información posible. Y después de la decisión que tome, sea la que fuere, cuente con un seguimiento posterior adecuado, bien psicológico, bien de apoyo a la familia o lo que sea menester.


Lo que le hace falta a esta ley es la obligación, el deber de la Administración, de garantizar que la información llegue, así como una atención sanitaria correcta y gratuita, antes y después del aborto. Y si no lo hubiere, garantizar alternativas, que las hay.


Pese a estar de acuerdo en con que exista el derecho, también tengo que decir que, personalmente, el aborto me parece una barbaridad en la mayoría de los casos (entiendo algunas excepciones) y nunca, ni cuando era jovencita, creí que fuera una salida. Además, tengo que decir que no es cuestión de religión, porque no profeso alguna, simplemente es que pienso distinto a lo que parece ser la mayoría.


En éste, como en tantos otros asuntos, por lo que hay que luchar es por la erradicación de la ignorancia, porque sin información y sin educación se dicen y hacen cosas que, con el poder del conocimiento, no diríamos ni haríamos a los demás ni a nosotros mismos.