sábado, 27 de septiembre de 2008

El lenguaje de los sueños


Desconozco si es normal o no, pero a mi humilde persona le afectan mucho los sueños de la noche anterior. Sobre todo, si son un tanto drásticos. Y hoy estoy hecha polvo. Tanto es así, porque anoche me cargué a un tipo, el mismo que un día me dijo que debía escribir algunas de mis experiencias subconscientes de la nocturnidad por su riqueza y porque tenía la suerte (yo lo dudo, a veces) de que me acordaba de ellas. Por todo ello, ya que le he matado esta noche, le voy a hacer caso.

Tengan ustedes en cuenta que estamos hablando del submundo del cerebro. Por tanto, la acumulación de incoherencias en el relato es lo más coherente.

Resulta ser, que en un día normal me reencuentro por la calle con este tipo, al que en su momento quise mucho, pero que con el tiempo esos sentimientos se tornaron en dolor, el dolor en desprecio y, por fin, el desprecio en indiferencia. Pero su aparición de anoche provocó en mí unos sentimientos muy extraños. Era una especie de estima nacida de la reminiscencia del amor que le profesé en su día, que me hacía abrir la puerta del diálogo porque realmente, en ese instante, me apetecía saber qué había sido de su vida. Sin embargo, en el transcurso de la conversación, resugieron las rencillas y la rabia (mucha, mucha rabia) cuando me vi de nuevo ante su sonrisa complaciente, esa que brinda a cualquiera, como si yo hubiera sido alguien más que pasa por su lado cuyo rostro 'le suena', una conocida con la que hay que mostrarse educado.


La situación comenzó a ser muy desagradable y la cólera me invadió de tal manera que en el momento en el que quiso acercarse para darme dos besos de despedida, insulsos y vacíos, cogí una pequeña mesa de cristal y la levanté con ímpetu haciéndo una parábola desde el suelo hacia el lado derecho de su cabeza. Un ruido seco acompañó al punzante pico del inoportuno mueble cuando se lo clavé en la sien. Cayó redondo.

Ustedes dirán que qué hacía una mesa en la calle. Yo también me lo pregunté cuando me desperté.

En un primer instante, no me sentí desbordada por el suceso. Con toda tranquilidad me acerqué a su cuerpo y ví con sorpresa que su perfil malogrado ni si quiera se amorataba. Hasta que no pasó un buen rato observando ese organismo inerte, no me invadió el miedo. Me di cuenta de lo que había hecho. Tenía terror a que descubrieran el desaguisado y mi cabeza empezó a analizar todas las posibilidades en décimas de segundo, sin parar:

"Llamaralapoliciaeraelsiguientepasoperoesosignificaríaque
estedesgraciadoibaaarruinarmividaporqueiríaalacárcelyyo
sabíaloquepasabaenlacárcelquetengoamigosvinculadosaese
mundilloquemehancontadolascosasquetehacenahídentro
ynoerajustoqueporestemiserablequetotalaquienleimporta
vayayoaabandonarmissueñosahacersufriralapersonaque
yomasqueríaenesemomentoamisganasdeser
mamaamicarreraprofesionalaqueluegocuandosalierano
encontraratrabajoyfueraunapordioseaasiquelomejorsería
esconderelcuerpoyolvidarlotodo".

Y así lo hice.

Con facilidad, porque yo tengo mucha fuerza (y en sueños, ni te cuento), arrastré su cuerpo hasta una especie de templo donde había otros tantos. Allí los cuerpos no estaban enterrados, tan sólo se ponían encima de unas losas. No me pregunten por qué.

Finalmente, descubrieron al fenecido. Pero nadie, absolutamente nadie, relacionó su muerte conmigo. Ni tan siquiera con un asesinato o accidente, no había signos de nada. Su familia y sus amigos habían aceptado su desaparición como una desgracia desafortunadamente natural. De repente, me ví en medio de su funeral, en el que sus seres queridos se alegraban de verme de nuevo y me agradecían el detalle de haber asistido a la despedida de este tipo después de tanto tiempo, después de todo, después de tanto.

Mi frialdad aún me asusta, yo sentía que eso tenía que ser así, los remordimientos de conciencia no aparecieron en ningún momento.

Con todo y con eso, lo más espectacular aguardaba todavía. Durante sus exequias, el tipo se empezó a mover. Primero levemente, luego con amagos de despertarse... A medida que sus movimientos se hacían más evidentes, el murmullo alrededor crecía y crecía y en él se distinguían frases de seres atónitos que ipso facto comenzaban a dar explicaciones que otorgaban al suceso la credibilidad necesaria para poder soportarlo. Es fantástica la rapidez con la que reacciona nuestro cerebro.

Sin especialistas que lo certificasen, la explicación más compartida, con la que se quedaron conformes los presentes, fue la posibilidad de que el tipo había sufrido una crisis catatónica cuyos síntomas hemos aprendido en numerosas películas: un estado de rigidez tan grande y una respiración tan leve que hasta el más avezado confunde con la muerte.

Una servidora no compartía la alegría de su despertar. Porque si había alguien que sabía que yo había matado al tipo, era el tipo. Además, a la primera persona que buscó con su mirada fue a mí. Sus ojos se clavaron en los míos y esbozó una vengativa sonrisa que me hizo temblar. Poco a poco, su sien empezaba a amoratarse.

Mis evidentes nervios, la sangre acumulada bajo la piel de su cara y su gesto provocaron que todas las miradas se dirigieran hacia el lugar donde me encontraba, casi tan paralizada como había estado hasta hacía unos instantes el tipo. Primero fueron miradas de sorpresa e inmediatamente, como siempre, mostrando la rauda capacidad de sus cerebros para hallar la explicación más lógica, fueron miradas acusatorias.

Pero para su venganza, prefirió herir el alma. Se levantó y se acercó a mí, con esa sonrisa que provocó mi agresión y que ahora no me enfurecía, aunque sí me dolía... y me asustaba. A sabiendas de que no me podía negar, una palabra suya bastaría para arruinar mi vida, me instó jugar a la amistad. Tuve que transigir con el chantaje y le facilité de nuevo la información de todo lo que acontecía en mi día a día, en una conversación de viejos conocidos, como si le importara, como si yo desconociera que todo su interés, que él, era una mentira.

Yo no entiendo de sueños, pero o soy muy rencorosa o estoy un poquito estresada ¿no?

3 comentarios:

BME dijo...

Lo que me preocupa es...¿fuiste a trabajar después del sueño?
Caray.

Un beso.

Ana Victoria dijo...

Pues la verdad es que no, porque fue la noche de un viernes, :-)
Un abrazooo

La Tremolina... dijo...

Señora doña Ana Victoria:

Hace mucho que no recuerda usté nada. :(. Nos tiene sin escritos.