La frase no es de la que suscribe, sino de su hermana. Una joven talentosa, paciente, apasionada y grande, muy grande, por dentro. “Por ellos aún tengo fe en el ser humano”, la escuché un día y no se me olvidará nunca la frase. Ellos son las personas a las que con su trabajo, la terapia ocupacional, hace que den lo mejor de sí mismos física y psíquicamente. Personas disminuidas las llaman, aunque en la mayoría de las ocasiones los disminuidos seamos los demás por no ver ni vivir con la misma sencillez la vida.
A mi hermana le debo muchas cosas, y entre ellas un buen reportaje sobre su profesión que ahora, por la mía, me resulta difícil cumplir ya que desde hace un par de años me muevo en el mundo de la Defensa y no en el de la Sanidad.
Entre las otras cosas que le debo es el conocimiento a través de su experiencia de muchas personas, más que anónimas, anonimadas por ser diferentes. Y soy consciente de que no todo el mundo tiene la misma suerte que una servidora, porque la ignorancia que existe sobre las múltiples discapacidades lleva al ser humano a tantas otras múltiples aberraciones: desde la exclusión social, al miedo, reparo, asco e, incluso, a la muerte. Por muy duro que suene.
En el día de ayer, coincidiendo con el desfile de la selección española de fútbol ha surgido un protagonista muy especial. Se llama Álvaro del Bosque, hijo del actual seleccionador español, y es síndrome de Down. Su padre en un día lejano, cuando quién iba a pensar que se podría ganar el campeonato del mundo de fútbol, le prometió tras su insistencia que acompañaría en el autobús a los jugadores que tanto admira en el caso de triunfar en Sudáfrica. Hete aquí que ha tenido que cumplir y eso nos ha permitido conocer su orgullosa sonrisa alzando el preciado trofeo.
Supe de su existencia en un acto en beneficio de alguna asociación o fundación relacionada con personas con síndrome de Down. En él participó Vicente del Bosque hablando con la naturalidad que procede de su maravilloso hijo Álvaro. En alguna entrevista, el seleccionador reconoció cuánto lloró cuando supo de la diferencia de su pequeño y que ahora, a toro pasado, se dice junto a su mujer: “Qué gilipollas fuimos”.
Mi pequeña nació sin ningún cromosoma de más y completamente sana, pero como ya he relatado en esta bitácora actualizada a trompicones, nos dieron un susto importante. Y yo lloré muchísimo, madre mía cuanto lloré. Pero sabía que si sucedía algo así, sacaría fuerzas de donde fuera porque qué mejor familia para nacer con algún tipo de dificultad que en la mía con mi hermana como apoyo.
Qué miedo tenemos a la diferencia (y yo incluida, por supuesto) cuando tenemos tanto que aprender y disfrutar de ella.
martes, 13 de julio de 2010
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